En un laboratorio de la Universidad de Buenos Aires, un ratón con epilepsia recibe una dosis precisa de aceite de cannabis. Sus convulsiones, antes incontrolables, se reducen en un 70% en cuestión de semanas. A miles de kilómetros, en California, un veterano de guerra logra dormir toda la noche por primera vez en años gracias a un vaporizador con THC. Estos casos, separados por geografía pero unidos por la ciencia, ilustran una revolución silenciosa: el cannabis, esa planta perseguida y mitificada, está reescribiendo su papel en la medicina, la terapia y hasta la cultura moderna.
Argentina, aunque con pasos cautelosos, ya no es ajena a este cambio. En 2020, el REPROCANN (Registro del Programa de Cannabis) permitió a más de 30.000 pacientes acceder a tratamientos con aceites y cremas derivados de la planta. Pero el verdadero salto llegó con investigaciones locales: científicos del CONICET descubrieron que el cannabidiol (CBD) podría inhibir la replicación del SARS-CoV-2 en células humanas, un hallazgo preliminar pero prometedor que abrió debates éticos y esperanzas. “No es una cura, pero sí una ventana para explorar cómo los cannabinoides modulan la respuesta inmune”, explica la Dra. Silvia Álvarez, líder del estudio.
A nivel global, la hoja de ruta es aún más audaz. En Israel, pionero en cannabis medicinal desde los años 90, se están probando parches transdérmicos de THC para el dolor neuropático en pacientes con diabetes. Los resultados, publicados en *Nature Medicine*, muestran una reducción del dolor del 40% sin los efectos psicoactivos temidos. Mientras, en Alemania, la empresa Cannapharm ensaya un spray bucal combinado con LSD microdosificado para tratar migrañas crónicas, aunque el camino hasta su aprobación será largo y polémico.
Pero el verdadero giro copernicano está en la psiquiatría. La Universidad Johns Hopkins reveló en 2023 que el MDMA (éxtasis) acompañado de CBD reduce síntomas de estrés postraumático en el 85% de los casos tras tres sesiones. “El cannabis ya no es solo un paliativo; puede ser coadyuvante en terapias de trauma profundo”, señala el psiquiatra Carlos Maldonado, quien dirige un ensayo similar en Córdoba con veteranos de Malvinas. No todos son optimistas: la Sociedad Argentina de Psiquiatría advierte sobre riesgos de dependencia en tratamientos mal regulados, especialmente en adolescentes.
El estigma recreativo, sin embargo, se resiste a caer. En Uruguay, primer país en legalizar el cannabis adulto en 2013, las farmacias venden gr de flores a USD 1,3, pero el mercado negro persiste, representando el 60% del consumo. En contraste, Canadá (legalizador en 2018) combina tiendas *luxe* con campañas de educación pública. “El desafío no es vender, sino enseñar a usar”, afirma Lola Rodríguez, dueña de una *dispensary* en Toronto donde el 30% de los clientes supera los 60 años.
En Argentina, mientras tanto, la tensión entre progreso y tradición se palpa. El año pasado, una jueza de Chubut autorizó a una empresa a cultivar cannabis para exportar a Alemania, pero proyectos de ley para ampliar el acceso médico llevan tres años durmiendo en el Congreso. “Hay una doble moral: permitimos que se exporte, pero los pacientes locales siguen dependiendo de importaciones caras y burocracia”, denuncia Ana García, madre de una niña con síndrome de Dravet que esperó ocho meses por un permiso.
La industria, no obstante, huele oportunidad. Startups como **Cannava** (Mendoza) producen cosméticos con CBD para pieles sensibles, mientras **EcoCann** (Rosario) desarrolla bioplásticos a partir de cáñamo. El mercado global, valuado en USD 150.000 millones para 2030, seduce incluso a escépticos. “No se trata de ‘fumar por placer’, sino de aprovechar una planta con 600 compuestos que apenas empezamos a entender”, insiste el biólogo Marcelo Rubinstein, referente en genética del cannabis.
Los desafíos persisten: estandarizar dosis, evitar interacciones farmacológicas y, sobre todo, educar. En la Universidad de La Plata, un taller gratuito enseña a médicos a prescribir cannabinoides sin prejuicios. “Muchos colegas aún creen que es ‘drogar al paciente’, pero cuando ven los resultados, cambian de opinión”, comenta el Dr. Ernesto Bordón, coordinador del curso.
El horizonte es prometedor pero frágil. Si la ciencia logra separar el cannabis medicinal del recreativo sin caer en prohibicionismos, podría democratizar terapias para millones. Si no, quedará atrapado entre el lucro corporativo y el oscurantismo. En un mundo donde hasta la OMS reconoce sus beneficios, Argentina tiene una elección simple: liderar con evidencia o quedarse mirando desde la ventana, mientras otros escriben el futuro verde.